Madre
  
Ya que voy encarrerado hablando “madres”, pues detengámonos a platicar de la mía.

Mi “Jefatura” es de Michoacán de un pueblito ubicado cerca de la Piedad. La primera vez que fui a su pueblo representó mi primer acercamiento a ciertas costumbres que tienen en ese estado y que me parecen fabulosas. Algunos de ustedes ya sabrán que en los parques centrales de muchos de los pueblos de Michoacán (en algunos sólo los domingos y en otros toda la semana) durante las tardes, los solteros se reúnen y forman hileras que pueden llegar a ser dos o más dependiendo de la cantidad de personas y del tamaño del parque. Mientras caminas en una de las hileras en una dirección, las personas en la otra hilera caminan en dirección opuesta.

Al ver a una persona del sexo opuesto que te agrade o con quien quisieras tener “algo más” pues recurres al método del pueblo en turno para conocer a la persona en cuestión. En algunos le tienes que dar una flor y si te la aceptan entonces puedes iniciar la plática con la persona que te atrae, en otros le das la flor y si a la siguiente vuelta te la regresa ¡ya la hiciste!, si no, te mando a volar. En otros pueblos, te sales de la fila y caminas junto a esa persona intentando la plática con la persona, etcétera. De esa forma consigues o una amiga o una novia, el hombre siempre es el de la iniciativa aunque supongo que en la actualidad han cambiado algunas cosas.

Cada pueblo tiene costumbres diferentes. En el lugar de donde es mi madre se acostumbraba a que a la mujer se le diera una flor y se continuaba caminando cada quien en su fila hasta que se volvieran encontrar, entonces la mujer decide si regresa o se queda con la flor, si la flor es regresada entonces te sales de la fila para dar una vuelta más con ella platicando y después lo que se ofrezca (un cafecito, una banca, el monte, acompañarla a casa, quedarse de ver para después o lo que se acostumbre en el pueblo en cuestión). Por ello, muchos hombres llevan ramos completos de flores por si las dudas. Pues da la casualidad que mi padre conoció a mi madre en la plaza de su pueblo de esta manera ¿Qué andaba haciendo por allá mi padre? ¿Quién le explicó el método? ¿Qué le dió para andarse probando costumbres en otros lados? ¿Qué le vió a mi madre? Son enigmas que sólo ellos conocen.


Después del correspondiente “bodorrio” y 6 hijos, pues me tocó el turno de hacer mi aparición como escribano de esta “Lorenza” familia.


Las primeras percepciones que recuerdo de mi “Matrozka” es aquella mujer hacendosa que siempre tenía sus horarios llenos de actividades domésticas. Los más fascinantes para mí fueron cuando ella se encontraba en el patio realizando alguna labor y cantando simultáneamente, me gustaba guardar silencio y escucharla, me daba la impresión que evocaba sus recuerdos de esa manera. Sus manos y brazos fueron los que más se me quedaron grabados en mis etapas tempranas por la cantidad de cosas que hacía y la habilidad para hacerlas.



Si mi padre tenía horarios extenuantes de trabajo, mi madre le decía quítate que allí te voy y sin sueldo. La primera que se levantaba y la última que se acostaba siempre fue ella. Tenía la energía para lavarle la ropa a nueve pelados, prepararles la comida, asear la casa, ir a trabajar en la tienda de la familia, de pasada ir al “mandado”, ir a la escuela para recibir las malas noticias de los “angelitos”, surcir, planchar, regañar en “DO”mayor a todos nosotros (tiene pulmones la señora), entre otras muchísimas cosas. El ritmo de trabajo que llevaba era bestial.


Muchos admiran a Jesús por lo mucho que fue capaz de hacer durante su vida pero creo que eso de multiplicar los alimentos seguramente lo aprendió primero de las madres porque ellas si que se las gastan solas. Con escasos recursos económicos mi madre hizo milagros para que los alimentos alcanzaran para todos y a eso tenían que agregar uniformes, libros y un largo etcétera de aditamentos que los soldaditos de juguete destrozarían al primer intento.



Pronto comprendió que las travesuras y los gritos de niños rondando, pintando paredes, rompiendo platos, ensuciando las paredes con la pelota, brincando, corriendo en la casa se empezarían a transformar por reproches, regaños, desprecios de adolescentes que se iban transformando en adultos y que lo primero que sienten es que tienen al mundo en sus puños y que pueden hacer lo que quieran de éste, esta tendencia es normal en la mayoría de las familias lo malo es que le tocaron de a tres en tres. Además empezó a sufrir los típicos problemas de jóvenes que se las gastan para meterse en los más inverosímiles asuntos, ir a dar la cara por los destrozos ocasionados por ellos, pedir disculpas, aceptar perdones, perdonar. Lo vivió 9 veces y nos dió batería a todos.



Después vienen otro tipo de sensaciones por las que fue atravesando y que le ocasionaron un dolor muy profundo y punzante, la salida de los hijos de casa. ¿Cómo una madre puede soportar tanto dolor y tanta humillación por parte de otras personas? No lo sé, nunca he sido madre, he sido una “madre” pero es diferente. Mis hermanos conforme alcanzaban la edad del “gusanito” empezaron a migrar, las “bajas” se contaban cada año y mi madre veía como el espacio creado para nosotros se hacía más grande, había menos gente. En ésta época es cuando me alejo de ellos, dejamos de hablarnos un periodo largo de tiempo, yo , al igual que mis “brodys”, estaba bien en mis “asuntos”. Después vinieron confrontaciones con ella y empezó una larga y dolorosa separación. Nos tratamos como verdaderos desconocidos y nos dábamos con todo, la ventaja de esta separación es que me permitió observarla más detenidamente y es por ello que puedo escribir acerca de ella.



Después de hablar de la parte nostálgica del asunto pasemos a lo cómico.

Cuando chamacos, todos tuvimos el infortunio de recibir los “cocos” de nuestros progenitores en alguna ocasión de nuestra vida. El caso de mi padre ya lo narré, pero el de mi madre es mi favorita por que con ella había que correr con renovado frenesí pues tenía las manos de un receptor de fútbol americano, te apañaba y ya no te soltaba por más que te retorcieras, parecíamos peces recién sacados del agua. Ella, contrariamente a mi padre, utilizaba su voz y manos para castigarnos, una nalgada te dejaba ardiendo el trasero por varios días (me estaba entrenando para el ciclismo de montaña), una bofetada te sacaba las ideas por un periodo largo de tiempo y volvías en ti preguntando “¿Apuntaron las placas?” y todo ésto sucedía mientras te gritaba cualquier cantidad de cosas y te dejaba “sonso” por el “vocerón” que tiene.

Tenía la mano ultrapesada, los recuerdos más vívidos que tengo de mis castigos son las visiones de una mano agarrándome de alguna parte de mi cuerpo y otra mano aproximándose a una velocidad que no puedo decir si era vertiginosa o no por que en ese momento comprendía el concepto de la relatividad del tiempo, el tiempo se extendía y mis movimientos se hacían muy lentos. El caso es que veía esa extremidad aproximarse hacia alguna parte de mi cuerpo, como iba yo cerrando mis ojos y después el sacudidón (temblores de 9 grados Richter).

Afortunadamente huir de mi madre era más sencillo por que ella avisaba que se aproximaba el castigo desde 2 cuadras antes debido a su potente voz. En este caso, a diferencia de con mi padre, la estrategia era esconderse en los lugares más \"chaparros\" (donde le costara asomarse) y estar a la expectativa a menos que ya te hubiera divisado, entonces no quedaba más que o presentar batalla (correr) o presentar una bandera de rendición incondicional o de plano solicitar asilo en alguna embajada (en la tienda de la señora Mary).

Cuando lograbamos esconderme, sentía que la respiración me traicionaba que me iba a delatar por lo que había que aguantar la respiración pero entonces el corazón empezaba a latir ruidosamente y pues yo nunca aprendí como desconectarlo . En otras ocasiones nos ganaba la risa de ver los pies buscándonos afanosamente y a correr se ha dicho porque automáticamente tu escondite se acababa de convertir en tu trampa mortal. En verdad fueron tiempos de ejercicio para todo mundo, corriendo, haciendo “crawl” abajo de los muebles, mesas, etc., resistir sin respirar, poner oído fino al más leve movimiento (no, si de allí íbamos directo al ejército).


Esas manos que daban “cocos” macizos, también fueron milagrosos cuando de curar se trató. La medicina para casi cualquier infección de cualquier tipo era alguna clase de antibiótico y el “Vic Vaporub”, que cuando lo aplicaba mi madre en mi espalda, yo sentía como que me sacaba los alvéolos pulmonares por la boca, me enderezaba la columna vertebral, me daban ganas de ir al baño y me dejaba como estampa sobre la cama, todo simultáneamente y en cualquier orden.

Nos daba cualquier cantidad de tés de diferentes hierbas dependiendo de la enfermedad en cuestión, los que más me dejaron “acalambrado” son los que eran para los bichos estomacales que cualquier niño (y adulto) pudiera tener, éstos en particular tenían un sabor espantoso y temías que si los bichos no salían huyendo a dicho sabor, tus tripas lo harían. Muchas de las recetas que mi madre sabía eran de herencia y en ellas emplea cualquier tipo de hierbas medio raras, algunas de olor agradable, algunas no tanto, pero eran en tés o hervidas y puestas calientes directamente sobre la piel o en la comida o algún otro tipo de menjurge. No sabemos si funcionaron o no pero por lo pronto nos tenía quietos. Mi favorito era uno que tenía para el dolor de muelas, hacia una especie de licuado caliente con no sé qué tantas cosas y le ponía un chorrito de alcohol del 96 (no, si les digo) el dolor seguía pero se te olvidaba por completo, por cierto, también había días que nos daba de desayuno jerez con dos huevos crudos antes de irnos a la primaria, luego se quejan de que uno es alcohólico.


Como me maravillé con la facilidad de mi madre para hacer cosas con las manos. Siempre fue muy hábil para ciertas cosas y nunca entendí cómo puede una mano tan fuerte, ser tan diestra, ágil y dulce al mismo tiempo. Me gustaba cuando me mesaba el cabello para acomodármelo o cuando lo ponía en uno de mis hombros o me agarraba de la mano. Su plática era muy sabrosa pero nunca le presté atención hasta ya muy entrado en la juventud adulta, fue cuando me dí cuenta de todo lo que me estaba perdiendo. Sus pláticas me hacen sentir que estoy en el portal de una casa en un pueblo, tal vez el tono campirano de mi madre le da ese toque, siempre me transporta a otro lugar. Cuando aún trabajaba en un banco “en algún lugar de la selva urbanona”, todas las mañanas desayunábamos juntos y “comadreábamos” rico, en las noches, cuando regresaba de la oficina era el turno de mi padre, veíamos televisión juntos (nunca me ha gustado lo que ve mi padre pero su compañía lo hacía valer).



Ver a mi madre cocinando me extasiaba por la facilidad de encontrar las medidas requeridas para un guiso a vuelo de pajaro y siempre sabía sabroso lo que cocinaba. Ahora me espanta porque cuando le pido las recetas para algún guiso en particular que le sale muy bueno sus medidas son estas :



-Le echas una rama de epazote (esto es en casi todos los guisos, por lo tanto ya lo sabía)

-Asas los tomates hasta que veas que ya están (¿Y cuándo es eso?)

-Ponle un puñito de sal (¿Esa medida es inglesa, métrica o manométrica?)

-Cuando veas que las verduras están bien sazonadas y las hierbas hayan soltado el sabor y olor, además de que se hayan asentado los arroces échale dos medidas de caldo de pollo (Sorry, I don’t speak Spanish!)

-Al tercer hervor, le echas el “knor suiza” (¡Gulp!, el tercer hervor se logra ¿Al vacío? ¿Con 4 Kilopascales de presión ? o ¿cuándo? querida madre)

-Agregale unas hierbas de olor (¿ Rosas, Gardenias o Tulipanes ?)



En fin, es todo un folklore quererle piratear las recetas, te las da encriptadas y con medidas de física cuántica que está muy lejos de mi comprensión.

Algo que siempre me ha sorprendido de mi madre, es su habilidad para estar informada de cosas que supuestamente pasan en forma remota, lejos de su rango de alcance (bueno eso era lo que yo pensaba). El servicio de inteligencia americano se queda corto con la CIA (Comadres Informadoras Agency) que ella tenía o tiene. Cada vez que decía: “Este taradito ya las anda dando … Va a terminar mal… eso de andar en tales o cuales lados con las … no es sano ¡blah! ¡blah! ¡blah! ” , nosotros le contestábamos: ¿Cómo cree? Si es bien tranquilo, es más fácil que yo las meta que mi hermano (o hermana)” y ¡ZAZ! Sacaban su “domingo 7” (frase pirateada a mi madre y de uso público). Hoy en día, si quiero estar enterado de algo, voy a que me lea las cartas.

Mi madre siempre fue la mandona de la casa, incluso mi padre se cuadraba con ella. Tenía el control de toda la tropa, estaba informada de absolutamente todo incluso de lo que no le incumbia. Estiraba el gasto de forma verdaderamente increíble y además aportaba para el mismo. Tenía una fuerza física descomunal si no fuera así, no podría entender todos los kilos que levantó cuando nos andaba trayendo en sus brazos o cargaba la ropa o lavaba o cargaba el mandado, en la tienda con las cajas de mercancías andaba de un lado a otro. Y sin embargo, esta poderosa mujer tenía un punto débil… Nosotros.

Nosotros fuimos los únicos que la hicimos llorar de pena cuando la lastimabamos, cuando cometimos la imprudencia de salir de la casa humillándola, diciéndole cualquier cantidad de sandeces, no respetando la jerarquía que se había ganado trabajando y jamás le pedíamos disculpas para nada. Cuántas noches escuche su llanto por la última acción de nosotros, cuántas veces la vi caminando despacio porque el dolor en su pecho por alguna de nuestras tarugadas la estaba perforando lenta y muy profundamente, cuantas veces vi sus hermosos ojos buscando una explicación en el horizonte para tanto dolor, cuántas veces la vi sentada en el patio bajo el sol rezando por sus hijos idos.

En mi caso, fue una lucha de poderes, chocábamos muy fuerte… terco contra terco. Como todo enemigo nos atacábamos los puntos débiles y nos estrellábamos con los puntos fuertes, no hubo tregua. Después vino un periodo de paz donde las palabras entre ella y yo desaparecieron totalmente, fue en este periodo cuando empece a observarla detenidamente. Pasaron los años y después, como sucede entre enemigos que se conocieron perfectamente con el objeto de aniquilarse el uno al otro, la amistad surgió y el respeto entre dos entes que no cedían ante los embates del otro se dió de manera suave y fue acrecentándose, fue entonces cuando reconocimos nuestros errores mutuos. Nos sentamos y hablamos por primera vez después de muchos años, la plática fue clara, directa, con culpa de ambos lados, con tristeza por lo acontecido.

El cariño que seguía latente pero escondido salió de nuestros corazones para rondar y correr, como cuando era niño, alrededor de nosotros. Hubo lágrimas y hubo perdón y ahora hay un amor muy grande.

Lo que me dá gusto hoy en día es que todo ese dolor que fuimos generándole se revirtió y lo padecimos gota a gota cada uno de nosotros… y entendimos de qué se trataba el asunto. Después vino la luz y mi madre empezó nuevamente a ver a sus hijos volver y ella tuvo la facilidad que toda madre tiene para perdonar, adicionalmente, ahora hay unos pequeños que le iluminan su espacio, es la “nietiza” que viene empujando fuerte y en distintas direcciones, yo creo que los “chaparrines” (ya ni tanto) se han convertido en una continua fuente de alegría, felicidad y complemento para mi madre.



Hoy su caminar es cansado pero determinado, conoce el rumbo hacia donde dirigirse. Me gusta verla y abrazarla al igual que a mi padre. Las charlas de ambos me encantan pues por algún motivo desconocido me da la impresión que entiendo lo que me están comunicando de aquellos tiempos en los que no viví pero donde la nostalgia la puedes palpar y disfrutar. Tienen ese tono de las personas que consideran que su misión está cumplida y están satisfechos con los resultados.



Madre mia, te quiero mucho.

Te extraño al igual que a mi padre, te comencé a extrañar desde el mismo instante que me alejé de tu vientre.